Historia de León

26.9.05

5.2.- Las Minorías Reales

Contaba diez años el príncipe cuanto la muerte temprana de su progenitor le convirtió en soberano. Esta minoría marcará los primeros seis años de su reinado pues, durante este periodo, los viejos problemas sucesorios gestados durante los años de su abuelo Alfonso X, estallan ahora provocando diversas rebeliones como la del infante Don Juan, autoproclamado rey, o la de Diego López de Haro, sublevado en sus señoríos y a cuyo bando se une Juan Núñez de Lara. María de Molina con la colaboración no siempre desinteresada de su primo Don Enrique el Senador, a quien se nombra tutor del monarca niño, consigue con el apoyo de los concejos sofocar la revuelta a la que, en 1296, se sigue otra aún más peligrosa pues el infante Don Juan y Don Alfonso de la Cerda se alían pactando un reparto de los reinos en virtud del cual el primero se intitulará rey de León y el segundo de Castilla a la que suma Toledo y Andalucía. La participación del soberano aragonés Jaime II quedaba garantizada pues éste recibiría Murcia. Difícil situación en la que algunos de los principales magnates leoneses toman partido decidido por Don Juan, entre ellos Lope Rodríguez y Ruy Gil de Villalobos, el palentino Fernán Ruiz de Saldaña y el gallego Fernán Ruiz de Castro. Mientras los concejos se inclinan por Fernando IV y María de Molina, el ejército aragonés aliado de Don Juan y Alfonso de la Cerda, desde Ariza, llega a Baltanás, capital del Cerrato y, de allí, sumadas sus tropas a las del rey Juan y a las de Juan Núñez de Lara, entran en León donde el infante es proclamado oficialmente monarca de estas tierras con la aceptación de los “más de la cibdad, e los más honrados e mejores personas de la Iglesia de León” a su cabeza Gonzalo Osorio y Pedro Rendol como recoge César González(1995)). De León partirán a Sahagún
“que non era cercado, e entraron en la villa, e llamaron y á don Alfonso, fijo del infante don Fernando, rey de Castilla, é de Toledo”.

Allí decidieron atacar Burgos pero el ahora señor de León, Don Juan, solicitó para asegurar su control sobre sus nuevas tierras, primero tomar Mayorga, pero, por orden de María de Molina, el ricohombre Diego Ramírez de Cifuentes, junto con García Fernández de Vilamayor, consigue detener al infante según narran las Crónicas de los Reyes de Castilla (1953). El sitio de Mayorga se prolongó más de lo esperado y se declaró la peste que forzó a los sitiadores a levantar el cerco. El rey de Portugal, que se había comprometido a socorrer a Don Juan, al conocer las nuevas del fracaso de Mayorga, cambió de actitud y, tras algunas conversaciones con los sublevados, regresó a su país.

Lentamente aumentó el número de los partidarios de Fernando IV y el acuerdo tomado en Alcañices (1297), entre cuyos puntos se ratificaba el matrimonio del monarca castellano con Constanza de Portugal, acercaron al lusitano y al heredero de Sancho IV.
Esta notable mejoría de la delicada situación interna del reino permitió a María de Molina tomar la iniciativa en la guerra civil hasta el punto de planear un ataque a León con las tropas de Alonso Pérez de Guzmán, Juan Alfonso de Alburquerque y Juan Fernández de Limia, ejército que atravesó nuestras tierras “faciendo muy grand guerra”. Por otra parte las desavenencias que enfrentaban al partido nobiliario de Don Juan, intitulado rey de León, y Don Alfonso de la Cerda con el monarca se prolongan hasta el cambio de siglo.
En 1301 Fernando IV es declarado mayor de edad y, en ese momento, ambos infantes que habían retornado a la obediencia real, son recompensados con largueza por su nueva línea de comportamiento. En 1304 el Acuerdo de Agreda frena las ambiciones de Alfonso de la Cerda. Por fin se camina hacia la paz interna.
Hasta la muerte en 1312 del soberano, Don Juan y sus hijos Juan el Tuerto y Alfonso de Valencia refuerzan su ya sólida posición en el reino leonés pues, al tiempo que monasterios de la raigambre y entidad de Sahagún o Destriana, sin olvidarnos de Carrizo o Gradefes, se encomiendan a su protección, el propio Fernando IV incrementa las soldadas que debe percibir Alfonso de Valencia (J. A. Martín (1995)).
Tal vez por su afición a la montería o, quizás, para vigilar de cerca bajo este pretexto a los nobles leoneses partidarios del infante Don Juan, el rey frecuenta la comarca de Babia en repetidas ocasiones la mayoría recogidas por las Crónicas de los Reyes de Castilla (1958).
Estas regias visitas se prolongan hasta el fallecimiento del monarca en 1312. Durante una de ellas, siempre según la fuente aludida, en 1308, cuando se encontraba el monarca en la ciudad de León,
“encendióse de noche fuego en la villa, é ardieron tres ruas las mejores que y oviera, é oviera toda la villa á arder, sinon fuera por el alguacil del Rey que vino y con grand gente á matar el fuego”.

En tiempo de Fernando IV tuvo lugar la confiscación de los bienes de la Orden del Temple, perseguida en Francia con el beneplácito papal. El maestre, Rodrigo Yáñez, gracias a la merced real, pudo evitar que en León y en Castilla se repitieran escenas similares de muerte y destrucción a las que marcaron la extención de los milites Christi allende los Pirineos. Sin embargo el patrimonio del Temple revierte a la corona que se encarga de distribuirlo ente otras órdenes de caballería y los principales ricoshombres como el infante Don Felipe que recibe Ponferrada.
En 1312 la prematura desaparición del soberano conduce a una nueva minoría: la de Alfonso XI (1312-1350) en la que, de nuevo, el peso de la tutoría recae sobre María de Molina que cuenta con el apoyo de varios miembros del linaje real y de la Hermandad formada por diversas ciudades y villas del Reino de León, unidas en 1313, ente las que se encuentran la propia capital, Astorga o Mansilla. No obstante no todos los leoneses cerraron filas en torno a la regente pues los hijos del infante Don Juan contaban con numerosos apoyos en estas tierras hasta el extremos de atreverse a cercar León cuyas torres defendía Rodrigo Alvarez de Asturias “en guisa que los ovo luego á dar á Pero Nuñez de Guzman que la tomase fasta que el rey fuese de edad para que las entregase despues al rey” según informan las Crónicas de los Reyes de Castilla (1953).
De esta manera se reajustan los bandos nobiliarios, difícilmente conciliables, uno junto al monarca, a cuyo lado se encuentra el infante Don Felipe, otro enfrente suyo. Este posicionamiento de Don Felipe condujo a notables enfrentamientos con los hijos del infante Don Juan.
Por lo que atañe a León, cuya capital es, mayoritariamente, del partido de Don Juan el Tuerto, hijo de Don Juan rey de León, las diferencias entre los seguidores de este ricohombre y los del legítimo monarca llevan al infante Felipe a atacar la ciudad y, con el apoyo tácito del tenente de las Torres, entrar en la ciudad provocando el pánico entre los habitantes de la misma que:
“fuéronse luégo meter todos en la muy noble iglesia de Santa Maria de Regla de la ciubdat de Leon, et cerraron las puertas de la Iglesia, et barbotearonse, et bastecieronse de armas para se defender en aquel lugar, llamando todos en apellido, Leon, Leon por Don Joan. Et el infante Don Felipe envióles decir que veniesen todos a la merced del Rey, et que les aseguraría los cuerpos, et lo que avian: et ellos non lo quisieron facer, et posieron luego fuego a una claustra pequeña que estaba y, et á unas casas del Obispo que estaban arrimadas á la Iglesia, rescelándose que los entrarian por allí. Et despues que el Infante Don Felipe esto vió, rescelándose que venia Don Joan, et que por alli podrian aver socorro, mandó combatir la Iglesia muy fuertemente, et entráronla por fuerza. Et ellos, quando vieron esto, mandaron el apellido, et llamaron, Haro, Haro por don Joan. Et desque fueron afiancados muy fuertemente, venieron á pleytesia que los dexasen salir en salvo: et tomó la Iglesia et dióla á un caballero que decian Mantin Sanches que la toviese, et dexó y en la ciudat á Don Rodrigo Alvarez de Asturias que la toviese”.

Este episodio no fue el único enfrentamiento entre ambos partidos: el rebelde y el real pues, a continuación, se produjo el cerco de Mayorga por parte de Don Juan.
La muerte, en 1321, de María de Molina contribuyó a provocar aún mayor confusión en el reino de manera que, cuando en 1325 Alfonso XI es declarado mayor de edad, accede al solio en medio de un panorama político turbio, fruto de un cúmulo de intrigas, pactos, convenios entre distintas facciones de la nobleza, promesas y alguna que otra oscura muerte.
Con una tenacidad a prueba y una gran energía el soberano recorrió sus estados sometiendo a quienes se le oponían, mostrando el mayor rigor en el castigo a todos aquellos que se resistían como en el caso de Don Juan el Tuerto que murió por orden regia. Junto a esta política férrea frente a los principales señores, Alfonso XI se vio forzado a sofocar un alzamiento de algunas de las principales ciudades del reino leonés, a saber la propia capital, Zamora, Valladolid, Benavente y Toro a las que la actitud del favorito real, Alvar Núñez Osorio, conde de Trastámara y Lemos, disgustaba en extremo. El monarca no lo dudó y, pese al enorme favor antes concedido a este ricohombre, sentenció a la pena capital al noble al tiempo que se incautaba de su patrimonio. Sin duda se iniciaba un período de recuperación a cualquier precio del poder y el prestigio real pues Alfonso XI estaba dispuesto a frenar de una vez por todas los desmanes y abusos de los ricoshombres que se resistieron a lo largo de la década de los años treinta dando lugar a varias rebeliones y enfrentamientos abiertos con la corona a menudo encabezados por Don Juan Manuel o Don Juan, señor de Lara, que buscaron apoyos incluso en el vecino reino de Portugal a pesar de los estrechos lazos de parentesco que unían a ambos soberanos, el luso y el castellano. Tras diversas incursiones y escaramuzas, la intervención del Papa y el monarca francés fraguó la paz en 1337 entre los dos estados.
La amenaza de los benimerines y la necesidad de construir un reino fuerte y cohesionado movieron el ánimo de Alfonso XI que, a través del Ordenamiento de Burgos (1338), intentó poner fin a las enemistades entre la nobleza y el trono tal y como analiza José Sánchez-Arcilla (1995).
Estas magníficas iniciativas reales de restablecimiento de la autoridad del soberano frente a la levantisca aristocracia serán socavadas, no obstante, por la propia vida privada del monarca pues, de su unión ilícita con Leonor de Guzmán, una joven viuda hija de Pedro Núñez de Guzmán y de una dama Ponce de León, nacerán varios hijos varones a los que dota espléndidamente y cuya educación, a su vera, les convierte, de facto aunque no de iure, en infantes (vease esquema genealógico de los reyes bajomedievales). Mientras en el corazón del rey gobierna Leonor, la auténtica reina, María de Portugal, con su hijo, el príncipe heredero Pedro, se ve apartada del favor de su esposo. Se comienza a gestar la guerra civil que sacudirá Castilla y León a mediados de siglo y que culminará con el advenimiento de una nueva dinastía: los Trastámara.
Alfonso XI trató, así mismo, de reforzar en aquellos aspectos que consideraba necesarios, el código jurídico de las Partidas a través del ordenamiento de las cortes de Alcala (1348) cuyo texto no sólo delimita claramente los distintos estados cuya soberanía ostenta sino, además, establece una prelación de las fuentes legislativas y consigue afirmar, de forma sólida, el poder real. Un año más tarde, en 1349, el monarca reúne cortes en León. Las peticiones de los procuradores recibieron pronta respuesta del soberano: dictó una serie de normas para evitar los abusos de los oficiales reales, tanto en la recaudación de tributos como en el devenir cotidiano, especialmente en la ciudad de Astorga. Tampoco escapan a la justicia del monarca aquellos nobles que, de forma injusta, se apropian de bienes pertenecientes a los concejos. Además, en estas cortes se solicita una merced especial del soberano: que en los diplomas expedidos por la cancillería real precede al nombre de Toledo el de León, reino que, en este momento, incluye las tierras de Asturias, Galicia, las actuales provincias de León, Zamora, Salamanca, Palencia y Valladolid casi en su totalidad y una porción de Santander amén de toda la llamada Extremadura leonesa según Anselmo Carretero (1994).
A lo largo de la década de los cuarenta se suceden las campañas cristianas contra los territorios en poder de los musulmanes dando lugar a empresas de mayor o menor fortuna como el asedio de Algeciras. Será precisamente en el sur, en concreto en el cerco de Gibraltar donde el monarca encuentre la muerte víctima como tantos otros miembros del ejército cristiano de peste, según las Crónicas de los Reyes de Castilla (1953):
“Et fue la voluntat de Dios que el rey adolescio, et ovo una landre. Et fin viernes de la semana sancta, que dicen de indulgencias, que fue a veinte et siete dias de marzo en la semana sancta antes de Pascua en el año del nascimiento de nuestro Señor Jesu Chirsto de mill et trescientos et cincuenta años”.