Historia de León

13.9.05

5.1.- De Fernando III a Sancho IV


Fernando III fue reconocido y aceptado por la mayor parte de la nobleza y el alto clero tan sólo algunos magnates se resisten a rendirle el homenaje debido como legítimo sucesor de Alfonso IX, entre ellos Diego Froilaz , hijo del conde leonés Froila Ramírez, que llegó a ocupar la basílica de San Isidoro para, desde ella, defender los derechos de las infantas Sancha y Dulce, hermanastras de Don Fernando. A su vez, desde su tenencia de las Torres de León, García Rodríguez Carnota se sumaba al bando de las princesas. Por un breve periodo pareció que la capital no aceptaba con agrado la sucesión pero, repentinamente, Diego Froilaz enfermó atribuyendo esta situación a un castigo divino por su rebeldía en acatar al nuevo monarca por lo que abandonó su posición de fuerza y dominio permitiendo que San Isidoro retornara a la obediencia del abad.

Pocos días después, procedente de Mansilla, Fernando III es aclamado a comienzos de octubre de 1230 como señor de León. Pactada la sucesión con sus hermanastras, a fin de evitar una posible guerra civil, el soberano comenzará su reinado visitando las tierras de la Extremadura leonesa probablemente para reconocer a un tiempo sus estados y la situación de la frontera de este reino con el Islam y Portugal pues, en Sabugal, una villa por entonces leonesa, se entrevista con su pariente Sancho II para abordar ciertas cuestiones como la devolución del castillo de San Esteban de Chaves a los lusitanos, como recoge Julio González (1983). Además de tratar estos asuntos ambos monarcas decidieron, en la medida de lo posible, coordinar sus esfuerzos frente al Islam.

Apenas si un año más tarde, el ahora soberano de Castilla y de León reinicia sus actividades bélicas por tierras andaluzas (1231, campaña de Guadalete). En 1233 caen Úbeda y Baeza al tiempo que, como en tiempos de Alfonso VII el emperador, se abre el camino del Guadalquivir.
La ofensiva cristiana prosigue, implacable, desde Portugal hasta el reino de Aragón mientras al-Andalus, se divide entre los partidarios de Aben Hut, el legítimo soberano, y de Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr ibn al-Ahmar, que se alzará como emir independiente en Arjona y las Alpujarras dando origen a la dinastía que goberanará Granada hasta 1492: la nazarí.

El monarca musulmán Aben Hut trató por todos lo medios de negociar unas treguas duraderas con Fernando III que le permitieran ahogar la rebelión interna pero ésta no hizo sino agravarse por lo que, desde 1235, se reinician las hostilidades por parte de Castilla y León conquistando los castillos de Iznatoraf y Santisteban (1235) mientras las órdenes militares continuaban por su parte castigando la frontera. Es el momento de las grandes empresas: Córdoba y Sevilla.

A comienzos de 1235, mientras Don Fernando se encontraba en el reino de León, diversos caballeros de frontera, muchos de ellos servidores de Alvar Pérez de Castro, magnate ricamente hacendado en León, se lanzaron a una peligrosa aventura: de una cabalgada se adentraron en Córdoba y, fruto del azar, la suerte o porque así lo quiso el destino, los cristianos consiguieron adueñarse con un golpe de mano de la Ajarquía, uno de los barrios de la ciudad. Pronto el monarca recibe en Benavente la noticia de este asedio y parte desde este lugar, pese a ser invierno, en auxilio de los sitiados no sin antes pasar por Zamora y Salamanca cuyas milicias concejiles, junto con las de Toro y León, se aprestan para acudir a Córdoba donde se reunirán con otros contingentes armados cristianos entre los que se encuentra las huestes de los caballeros leoneses Pedro Ponce, Ramiro y Rodrigo Froilaz, Rodrigo Fernández, el gallego Rodrigo Gómez de Traba y el magnate asturiano Ordoño Alvarez.

EL 29 de junio de 1236, festividad de los santos Pedro y Pablo, Córdoba se entrega al poder de Fernando III a cuya repoblación convoca a todos los súbditos de sus estados que deseen acudir. Quizás uno de los episodios más conocidos de esta empresa y que atañe al reino de León por cuanto Santiago siempre ha sido su centro espiritual, fue la devolución a hombros de musulmanes de las campanas robadas por Almanzor en su razzia del 997 y que fueran llevadas a la capital del entonces Califato por cautivos leoneses y en cuya mezquita mayor sirvieron como campanas “para vergüenza del pueblo cristiano” tal y como recoge Rodrigo Ximénez de Rada (1989).

Todos los que formaron parte del ejército real y se destacaron en esta campaña serán recompensados con largueza por el monarca, entre ellos el merino leonés García Rodríguez, a quien concede la villa de Castro en Omaña, el realengo de Rio de Uimne en Luna, una heredad en Ardón y otros bienes y derechos en Brugos, tierra de Alba, entre Alcedo y Rabanal, y Conforcedo, tierra de León según Julio González (1986).

Los años que se siguen hasta la toma de Sevilla (1248) aparecen marcados por la expansión de los estados de Fernando III pues, en 1243, se anexiona Murcia y en 1246 Jaén se rinde después de un penoso y duro asedio mientras que el ahora rey de Granada, Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr, se convierte en vasallo, por su propia voluntad, de Fernando III. En Jaén queda, ejerciendo las funciones de tenente, el magnate asturleonés Ordoño Alvarez.

En otoño de 1246 tiene lugar la primera expedición armada contra Sevilla devastando la comarca de Carmona. En la primavera de 1247, desde Jaén, Fernando III ordena la movilización de las milicias concejiles de sus estados, comenzando por las leonesas. Cantillana, Guillena, Gerena, Alcalá del Río caen en poder real: comienza el asedio de Sevilla que se prolongará hasta la capitulación de la ciudad el 23 de noviembre de 1248. Las crónicas que reconstruyen este periodo, analizadas por José Manuel Ruiz Asencio (1991) nos ofrecen una dura imagen de esta campaña:

“Mucha sangre fue en esa çerca derramada e muchas mortandades fechas, las unas, en lides, las otras, enfermedades grandes e muy grand dolençia que en esa hueste avía, ca las calenturas eran tan fuertes e de tan grand ençendimiento e tan destenplammientos que se muríen los omes de grand destenplamiento corrompido del ayre, que semejava llama de fuego, e corríe aturadamente siempre el viento, tan escalentado commo ssy de los infiernos saliese. E todos los omes andavan todo el día corriendo agua, de la gran sudor que fazía, tan bien en estando por las sonbras commo por fuera o por doquier que andavan, commo ssy en vaño estoviesen”.

En esta empresa tomaron parte entre otros nobles leoneses Fernando Suárez de Quiñones, Diego Fernández de Aller, Rodrigo Gómez de Traba, Pedro Ponce, Pelayo Pérez, Alvar Díaz de Asturias y su pariente Sebastián Gutiérrez, sin olvidar a los hermanos Ramiro y Rodrigo Froilaz, tal y como consta en la documentación regia redactada durante el asedio, y el merino mayor de León García Rodríguez, que ya fuera recompensado por sus actividades destacadas durante el sitio de Córdoba.

En mayo de 1248, unos meses antes de la toma de Sevilla, el monarca entrega a su capellán en la contienda, el obispo Pedro de Astorga, por sus “multis et magnis serbiciis et signanter pro servitio quod fecistis mihi in obsidione Hispalis civitatis” (muchos y grandes servicios, señaladamente por el servicio que me hiciste en el sitio de la ciudad de Sevilla) la Iglesia de Manzaneda en Robreda, la de Santa María de Tribes, sita en el valle del Ornia, y la de Posada como recoge Julio González (1986).

En honor de San Isidoro, protector de León, reino de su padre Alfonso IX, Fernando III elige el 22 de diciembre, fecha en la que se conmemora la traslación de los restos del beato obispo, para realizar su entrada solemne en Sevilla siendo aclamado a su paso por los presentes.
Tras nombrar una comisión se procede al repartimiento de lo conquistado premiando con donadíos –grandes propiedades- a los magnates, obispos, prelados y órdenes militares, entre ellas las leonesas de Alcántara y Santiago.

Hasta que la muerte le sorprende en Sevilla, el soberano sigue ampliando sus estados mediante conquista tal y como indican las crónicas pues ganó Jerez, Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules, Vejer, Santa María del Puerto, Sanlúcar de Barrameda, Arcos, Lebrija, Rota y Trebujera así como el reino de Niebla del que formaban parte Gibraleón, Huelva, Saltes, Ayamonte, Alájar y Lepe, según ha estudiado el Dr. Manuel González (1991).

Mas, pese al amplio reino que legaba a su heredero, Alfonso X, hijo de su primera esposa Beatriz Hohenstaufen –vid árbol genealógico de los monarcas bajomedievales-, Fernando III proyectaba cruzar el estrecho y conquistar el norte de África pero su mala salud le llevará a renunciar a este proyecto y, sabedor de que su última hora se acercaba, ante los ojos de sus hijos, encomendar su alma a Dios. Pidiendo perdón al pueblo dijo

“desnudo salí del vientre de mi madre, que era la tierra, desnudo me ofresco della. E, Señor, rresçibe la mi anima entre la compaña de los tus siervos”.

En la madrugada del 31 de mayo de 1252 expiró en Sevilla este soberano nacido príncipe de León, llevado a unir definitivamente su reino y Castilla, monarca de quien nos ofrece una magnífica semblanza la Crónica de los veinte reyes (1991):

“Fue muy mesurado, e complido de toda cortesía e de buen entendimiento e muy sabido, e muy bravo e sañudo en los lugares donde convenía, muy leal y muy verdadero en todas cosas que lealtad e verdat deviese guardar”

Si el reinado de Fernando III aparece envuelto en un halo de gloria militar y prestigio personal, la etapa que comprende desde su muerte (1252) hasta el cambio de siglo aparece caracterizada, desde el punto de vista político, por las intrigas familiares y cortesanas que marcarán los años de Alfonso X (1252-1285), heredero del rey santo de quien recoge el Dr. Josef O´Callaghan (1996) ofreciera un historiador catalán coetáneo, Bernat Desclot, la siguiente imagen:

“fue el hombre más generoso que nunca hubo porque no había hombre o caballero o juglar que viniera a pedirle algo que fuese con las manos vacías”

pero, junto a esta hermosa descripción, añade

“su reino no valía tanto que las gentes pudieran sufrir los agravios que les hacía o los muchos malos fueros que ponía en la tierra así como monedas que cambiaba y hacía, y las tomaba forzadamente y sin razón lo que tenían. Por esto los barones de Castilla y de León y de toda la otra tierra lo desapoderaron del señorío”.

Culto, amante de la lectura de crónicas y libros de ciencia, poeta, jurista, protector de literatos e intelectuales pero mal soberano y peor gestor en un momento en el que su mala política fiscal y legal provocó el descontento de la nobleza, en el que la invasión de los norteafricanos benimerines, sus pretensiones a la corona del Sacro Imperio Romano Germánico, unidos a la rebelión de su propio hijo Sancho y su misma enfermedad amargaron sus años postreros. Pero comencemos por el principio: 1252, según las Crónicas de los Reyes de Castilla (1953):

“Cuenta la estoria que despues que fue finado el rey don Fernando, alzaron rey en Castilla é en León, e fue alzado en la muy noble cibdad de Sevilla, don Alfonso su fijo... E la edad deste rey don Alfonso en treinta é dos años; e éste fue el deceno rey de Castilla e de León”.

No es fácil para un príncipe recibir el cetro de un monarca de la talla de Fernando III, especialmente si, junto a él, aguardan sus hermanos al acecho tan pronto de una merced como de una señal que les permita provocar una rebelión. El exilio del infante Enrique, a quién se unirá Don Fadrique, ambos de vida aventurera, la participación de un tercer hermano, Felipe, a la cabeza de una revuelta aristocrática en 1274, sin olvidar el último y más amargo abandono: el del príncipe Don Manuel –vid. árbol genealógico- que se suma al bando del infante Sancho cuando éste se alza contra su padre, Alfonso X, muestran la imagen de una familia real poco avenida, a la que la muerte inesperada del heredero del trono, Fernando de la Cerda, añade nuevos motivos de discordia.

Pese a todo, por encima de los problemas familiares, de sus frustadas pretensiones a recibir la corona imperial alemana, de su escaso ímpetu bélico y de su excelente capacidad intelectual y literaria, en el reinado de Alfonso X se resolvieron algunas cuestiones que afectaban directamente al territorio leonés, entre ellas, en 1264, el pleito fronterizo entre León y Portugal –Sabugal, Miño- que, además, se relacionaba con el vasallaje que debían los lusitanos al que fuera monarca de León, asunto cuya solución se materializó en la boda de una hija natural del rey sabio, Beatriz, habida e la dama leonesa Mayor Guillén de Guzmán, con el monarca portugués y la cesión al nuevo matrimonio de toda la soberanía disputada según recoge Josef O´Callaghan (1996).

Durante estos años encontramos a menudo al infante heredero Don Fernando de la Cerda vinculado a las tierras leonesas, especialmente dedicado a favorecer a quien fuera su padrino de bautismo: Martín Fernández, obispo de la sede legionense por quien siento particular afecto y que, en este momento, se encuentra inmerso en las nuevas obras de la Catedral, tal y como consta en la documentación coetánea conservada en su archivo.

La muerte del príncipe destinado a suceder a Alfonso X abre una difícil cuestión sucesoria pues el difunto dejaba dos hijos varones que, en virtud del llamado derecho de representación deberían ser considerados herederos legítimos del rey sabio, mas el derecho tradicional hacía recaer la corona en el segundo vástago del soberano: Don Sancho. Esta circunstancia inesperada, la muerte de Fernando de la Cerda, fue aprovechada con habilidad por los distintos linajes de la primera nobleza y, así, entre los apoyos del infante Sancho se encontrarán los caballeros leoneses D. Pedro Alvarez de Asturias –que llegará a desempeñar el oficio de mayordomo mayor del príncipe cuando sea proclamado monarca- y D. Fernán Pérez Ponce de León, partido al que se suman, en 1282, los obispos leoneses Melendo de Astorga, Suero de Zamora, Munio de Mondoñedo, Fernando de Tuy, Gil de Badajoz y Alfonso de Coria, que formarán una hermandad con veinticinco abades y el prior del Santo Sepulcro con la finalidad de reconocer la legitimidad de Sancho frente a su propio padre al que se acusa de injusticia y abuso de poder, hermandad a la que se unirá la formada por las ciudades de Castilla, León, Galicia, Extremadura y Andalucía y que, surgida en un momento de crisis, se revelará como un eficaz instrumento de defensa de privilegios por parte de los municipios frente al soberano y los ricoshombres tal y como se desprende de los estudios sobre la misma de los doctores Luis Suárez (1951), José María Nieto (1983) y Luis Fernández (1972)..

Detengámonos un momento en la hermandad leonesa pues acepta defender y mantener los derechos del infante a cambio de una serie de medidas como ofrecer garantías de reunión, permitir la posibilidad de ser juzgado, si así se solicitaba, cualquier leonés por el Fuero Juzgo, entre otras pretensiones.

Además de las referidas peticiones, los leoneses, en señal de unidad, adoptaron un sello en cuyo anverso figuraba un león y, en su reverso, el apóstol Santiago a caballo llevando una espada y un estandarte con esta leyenda: Seyello de la hermandad de los Reynos de Leon e de Galicia.

Abandonado por todos, incluso su esposa e hijos, Alfonso X tan sólo puede recurrir al emir de Marruecos, su enemigo, que, tras recibir en prenda la corona del rey, le presta una elevada suma y apoyo militar.

Pero la grave enfermedad del monarca, un carcinoma maxilar que le provocaba intensos dolores y deformidades faciales hasta el punto de comentar su hijo Sancho que “el rey está demente y leproso”, únicamente le permitió disfrutar de algunos años más de vida en los que, hostil a su segundogénito por su “traiçion tan grande contra nos”, procede a repartir los reinos sus estados minorando el territorio que habría de recibir la persona que se considerara con “derecho por nos heredare a nuestro señorío mayor de Castilla e de León”.

Así, al infante Don Juan que luego jugará un relevante papel en la política peninsular, cederá los reinos de Sevilla y Badajoz aunque dependientes de Castilla como vasallos además de convertirle en uno de sus albaceas testamentarios junto con la reina Beatriz de Portugal, su hija ilegítima, el arzobispo de Sevilla y el caballero leonés Fernán Pérez Ponce de León, entre otros.

Antes de morir perdonó a Don Sancho a quien, pese a sus diferencias, consideraba como “el mejor ome que avía en su linaje”. Pero el infante nunca escuchó de labios de su padre palabras de reconciliación y, años después, aún pesaba sobre su alma “la maldiçion que me dio mio padre por muchos meresçimientos que le yo meresçi”. El martes cuatro de abril de 1285, en Sevilla, fallecía Alfonso X a los sesenta y dos años de edad.

Las circunstancias políticas en las que se produce la entronización de Sancho IV (1285-1295) hacían prever no sólo problemas interiores sino, también, posibles intromisiones de Francia o Portugal en apoyo de los llamados infantes de la Cerda, pretendientes al trono de Castilla y León (vid. árbol genealógico). La búsqueda de apoyos sobre los que asentar su poder llevará a D. Sancho a confiar en un puñado de hombres, algunos de ellos leoneses, como el obispo de Astorga D. Martín que se convertirá en uno de los consejeros más cercanos del monarca, o Rodrigo Alvarez, a quien nombra Merino Mayor de León, sin olvidarnos de Fernán Pérez Ponce de León en quien confiará el soberano la educación de su heredero, Fernando IV. Su matrimonio con Doña María de Molina, hija del infante leonés Alfonso de Molina (véase esquema genealógico) le proporcionará su más sólido apoyo.

El estado de anarquía de muchos lugares de Galicia, en parte potenciado por el hecho de encontrarse vacante la sede de Compostela, así como los deseos del nuevo monarca de peregrinar a Santiago (1286) para confirmar su autoridad sobre estas tierras del Noroeste y pedir al apóstol su ayuda contra los musulmanes, llevaron a D. Sancho, que partió de Burgos, hasta Sahagún donde se detuvo para visitar el monasterio y realizar ciertos cambios en las sepulturas de sus ancestros pues, tal y como nos informan las Crónicas de los Reyes de Castilla (1953):

“falló que el rey D. Alfonso, que ganó á Toledo, ficiera aquel monasterio de Sant Fagun é de Santi Primitivo, que yacen y enterrados este rey D. Alfonso á los piés de la Iglesia, é con él la reina doña Isabel e la reina Zaida, que fueron sus mujeres; é sacólos de aquel lugar, é falló a doña Beatriz Fadrique, su primera fija que fue del infante D. Fadrique, su tío, enterrada en la capilla ante el altar mayor; é tobo que estos enterramientos que non eran convenibles, é tiró aquella doña Beatriz de aquel lugar, é púsola en otra capilla, é puso al rey D. Alfonso en aquella capilla mayor en monumento verde que fizo facer muy bueno”.

En Sahagún recibe el monarca la visita de su Merino Mayor de León y Asturias, Juan Núñez Churruchano, que denuncia ante él las intromisiones de Fernán Pérez Ponce de León, allí presente, a cuya defensa acude un vasallo asturiano del caballero llamado Juan Martínez a quien el rey, en un ataque de cólera por su atrevimiento, mata a golpes. Estos arrebatos del soberano, realmente terribles, y el creciente favor que éste dispensaba al Señor de Vizcaya, Lope de Haro, disgustaban a muchos de sus ricoshombres, entre ellos al infante Don Juan, hijo de Alfonso X, “que era muy poderoso en el reino de León”, por lo que el monarca, a petición de su consejero el obispo de Astorga, se desplaza hasta esta ciudad desde Burgos mas, al llegar a la Puente de Orbigo le salieron al encuentro, según la misma fuente cronística antes citada, su hermano Juan
“con todos los ricos omes é caballeros que avía en el reino de León é de Galicia, que eran ayuntados con él é venia mucho alborozado”.

A Don Sancho le pesaron las palabras que, en nombre de todos, le dirigiera el infante:

“Señor, estos omes buenos que aquí vienen a vos,, vos piden por merçed que tengades por bien de les oir por algunas cosas que tienen que los agraviastes, é que gelo querades desfaçer, é que tengades por bien que vos lo muestren”.

Por ello les ordeno que, puesto que el día de San Juan asistiría a misa en la Catedral de Astorga, acudieran allí para presentarle sus querellas. Una vez en Astorga delegó en el obispo D. Martín tal ingrata tarea: recibir los agravios de estos nobles leoneses contra él y que, básicamente, consistían en su desencanto por la actuación veleidosa del favorito real, el conde Lope de Haro.

Los recelos del belicoso infante, en no pocas ocasiones enemigo de la política de su hermano el rey Sancho, le llevarán a rebelarse contra éste y huir a Portugal desde donde embarcará a Marruecos para convertirse en aliado de los musulmanes cuyas campañas contra la comarca de Tarifa culminaron con el asedio de la plaza (1294) de la que era alcaide el caballero leonés Alonso Pérez de Guzmán.

Acerca de la figura de este noble de la frontera se ha tejido la urdimbre de diversas leyendas, algunas con mayor fortuna que otras, que tienden a ensalzar a un personaje ya de por si digno de alabanza y admiración que supo jugar con gran acierto su propia partida en el siempre difícil e ingrato tablero de juego de la corte.

Nacido en León hacia 1256, desde los veinte años participó activamente de las principales empresas bélicas del momento alcanzado renombre. Hasta su muerte, en 1309, Alonso Pérez de Guzmán vivirá, en palabras del Doctor Manuel González (1983) “una carrera militar que le granjeará gloria, honores y señoríos, pero también padecimientos y muerte”.

Sin duda el episodio más singular protagonizado por este caballero es la llamada gesta de Tarifa, plaza que defendió con especial valor en nombre del rey frente a los que la asediaban hasta el extremo de ver como, en un arrebato de cólera, el infante Don Juan, que se encontraba con los musulmanes, amenazaba con asesinar a su propio hijo a quien retenía en su poder si su padre el alcaide no entregaba de una vez por todas la plaza. Pero, tal y como recogen las Crónicas de los Reyes de Castilla (1953):

“don Alfonso Perez le dijo que la villa que gela non darie; que cuanto por la muerte de su fijo, que él le daria el cuchillo con que lo matase, é alanzóles de encima del adarve un cuchillo, é dijo que antes queria que le matasen aquel fijo é otros cinco si los toviese que non darle la villa del rey su señor, de que el ficiera omebaje; e el infante don Juan con saña mandó matar su fijo antél, é con todo esto nunca pudo tomar la villa”.

En premio a su hazaña, aunque ya en tiempos de Fernando IV, Alonso Pérez de Guzmán, ahora conocido por el apodo de el Bueno, será recompensado con las torres de Sanlúcar de Barrameda y otros señoríos según el Doctor Manuel González (1983).

En 1293, poco antes del asedio de Tarifa, en las Cortes celebradas en Valladolid, el monarca recibe las quejas de los procuradores urbanos que denuncian ante Sancho IV las irregularidades jurídicas que observan y los excesos notables de algunos caballeros. Por lo que respecta a los representantes de las ciudades leonesas, a petición suya se establece una nueva reglamentación en el cobro de impuestos tanto para asegurar el realengo como la protecctión de los patrimonios concejiles. Finalmente, reconocido de nuevo el derecho de los leoneses de remitirse al Fuero Juzgo en sus querellas legales, las Cortes atenderán ciertos aspectos relativos a la trashumancia, importante fuente de riqueza en los territorios del Reino de León al igual que en Castilla.
Agravada su tuberculosis, Sancho IV fallece en Toledo el martes 25 de abril de 1295. Al día siguiente, de la mano del infante Don Enrique El Senador –aquel revoltoso hijo de Fernando III ahora vuelto a la Península- y del ricohombre Juan Núñez de Lara, Fernando IV, hijo del monarca difunto y de María de Molina es proclamado rey de Castilla y León como nos ilustran las Crónicas de los Reyes de Castilla (1953).