Historia de León

6.8.05

3.3.- La Expansión hacia el Valle del Duero: La Repoblación de León y Astorga

CORREGIDO
¿Qué quieres decir con la nota "¿1908?"? M.A.

Merced a la inestimable aportación de las crónicas musulmanas, especialmente de Ibn Idhari, conocemos una campaña cordobesa centrada en el reino cristiano del noroeste que, por su estrecha relación con León, es conveniente referir. Alude este historiador a una empresa militar encomendada a Muhammad, hijo del emir Abd al-Rahman II que, el 7 de septiembre del 845, con un poderoso ejército y una potente maquinaria de asedio, cercó la ciudad de León cuyos habitantes huyeron aprovechando la noche, abandonando la vieja sede de la Legio VII en manos de sus atacantes que no consiguieron destruir su muralla según el cronista magrebí Ibn Idhari (¿1908?).

Esta noticia singular llevó en su momento a Sánchez-Albornoz (1975) a considerar la existencia de una primera repoblación y restauración de la civitas romana en un momento anterior a la fecha oficial (856), que la lógica lleva a retrasar hasta los años finales del reinado de Alfonso II o los primeros de Ramiro I, aunque la crisis sucesoria en la que en esos momentos se ve inmerso el nuevo monarca nos lleva a inclinarnos por la primera opción.

Este ataque cordobés retrasa el avance definitivo a las tierras foramontanas del sistema político astur basado en una primera reordenación administrativa del nuevo territorio incorporado, por lo que debemos esperar hasta la entronización de Ordoño I para adentrarnos en una nueva etapa expansionista y de maduración institucional cuya culminación será el reino leonés.

A partir de la ascensión al trono de Ordoño I (850-866), hijo y heredero de Ramiro I y hasta la muerte de Alfonso III, su sucesor en el solio regio, asistimos a la consolidación de las estructuras político-institucionales generadas durante el gobierno de Alfonso II. Así mismo, superada la inestabilidad interna, y sofocadas las revueltas nobiliarias (salvo los conatos de rebelión del conde Fruela de Galicia y de los hermanos de Alfonso III), presenciamos una reactivación de las empresas bélicas y una admirable expansión territorial en los espacios foramontanos desde la región miñota hasta la primitiva Castilla, pasando por el Bierzo y las tierras leonesas, cuyo control político efectivo permite un trasvase humano potenciado por la incorporación a estas comarcas al sur de la Cantábrica de un contingente poblacional mozárabe de cuya presencia encontramos referencia en las distintas versiones de las primeras crónicas cristianas, como la Rotense:

“civitates de antiquis repopulavit, id est Tudem, Astoricam, Legionem et Amagiam patriciam muris cincundedit, portas in altitudinem possuit, populo partim ex suius partim ex Spania advenientibus implevit” .
Es decir:
“Las ciudades de antiguo abandonadas, a saber, Tuy, Astorga, León y Amaya Patricia, las rodeó de murallas, les puso altas puertas, y las llenó de gente, en parte de la suya, en parte de las llegadas de Hispania (tierra musulmana)”

Este aporte humano a Tuy, Amaya, Astorga (860) ciudad repoblada por el conde Gatón, hermano o cuñado del propio monarca, con gentes de su mandación berciana, sin olvidarnos de la segunda y definitiva reactivación de urbe legionense debida al soberano (856), nos denota una línea de actuación política destacada por las fuentes que es continuada por su heredero Alfonso III (860-910) en vida de su padre al quedar al frente del espacio galáico-portugués donde se revelará como un excepcional hombre de estado como nos lo presenta Juan Ignacio Ruiz de la Peña (1996).

Durante el reinado de Alfonso III el Magno la aristocracia gallega amplía los territorios asturianos por el oeste destacando la repoblación de Oporto (868) por el conde Vímara Pérez o la de Chaves debida al conde Odoario que abren el espacio en torno a Braga-Coimbra-Viseo-Lamego, es decir, el territorio comprendido entre el Limia y el Mondego. A esta reorganización político-administrativa de la zona portuguesa se suma la colonización del valle del Duero (Zamora en el 893, Simancas en el 899, o la comarca entre Dueñas y Toro), actividad que se añade a la desarrollada en el valle del Arlanza. Establecido definitivamente el espacio fronterizo en el Duero, las plazas fuertes sitas en las inmediaciones de este cauce fluvial se convierten en la defensa estable del reino.

La subsiguiente llegada, de nuevo, de población mozárabe revitaliza demográficamente el territorio en torno a las cuencas Órbigo-Bernesga, Porma-Curueño y Esla, sin olvidarnos de la Tierra de Campos. Paralela a esta actividad, la dinámica partipación de la nobleza condal, especialmente la galáico-portuguesa y la vinculada a la órbita territorial al este del Carrión, en la administración y gobierno delegado, sienta las bases de lo que, en palabras del Dr. Alvarez se define como una “clara vocación particularista” (1998) cuyo resultado será el inicio, a la muerte de Alfonso III (910), de una auténtica lucha por el poder entre las distintas facciones de la aristocracia y entre éstas y la cada vez más debilitada figura del monarca, tensiones que marcarán la historia del siglo X leonés.
Si los reinados de Ordoño I y Alfonso III aparecen caracterizados por la espectacular expansión y revitalización reino astur, los enfrentamientos con al-Andalus se suceden plasmándose en una serie de campañas cordobesas, en ocasiones desbaratadas con rápidas maniobras cristianas, tendentes a romper la nueva frontera por sus puntos más débiles: el primitivo solar castellano (Morcuera en el 865), la raya galáico-portuguesa o, incluso, las recientemente repobladas León y Astorga (877) que encuentran respuesta en un fulminante ataque de Alfonso III a Deza y Atienza, escala armada que alcanza uno de sus momentos más destacados en la victoria cristiana de Polvoraria (878), en la comarca zamorana de la Polvorosa, donde parte del ejército ismaelita es destruido y desde donde el soberano astur, remontando el curso del Esla, parte a interceptar el paso, en los alrededores de Sollanzo, de la hueste andalusí comandada por al-Mundhir, hijo del emir Muhammad, que, prudente, opta por evitar el encuentro pese a lo cual sus tropas se topan con las asturleonesas en Valdemora. Tras este episodio Muhammad firma una tregua con el monarca cristiano a cuyo término, mientras ambos adversarios se preparan para el combate, Alfonso III se adentra en territorio musulmán hasta la comarca de Badajoz, campaña que culmina con la victoria del monte Oxifer. La reacción del emir cordobés desbarata las defensas castellanas del reino de Asturias por Castrogeriz, forzando al cristiano a preparar la defensa de León que, sin embargo, no será necesario proteger pues el general andalusí se contenta con saquear las tierras leonesas hasta Alcoba de Orbigo (882). Un año más tarde se repite esta pauta ataque-defensa y, en esta ocasión, los árabes, tras asediar Coyanza –Valencia de Don Juan- destruyen el cenobio cegense de los Santos Mártires Facundo y Primitivo: Sahagún. Después de estas fructíferas campañas, en el 883, las rebeliones del muladí tornadizo Umar ibn Hafsún, de los Beni Qasi del Ebro y del muladí Ibn Marwan el Gallego así como las propias diferencias surgidas en el seno de la familia del emir a la muerte de Muhammad, restan la suficiente capacidad de lucha a los ismaelitas como para conceder al reino astur una necesaria y anhelada paz que permite al monarca magno una progresiva maduración del sistema neogótico, auténtica base conceptual de la dinastía, fruto elaborado del que será manifestación directa la idea imperial leonesa plasmada en las fórmulas ya utilizadas por el propio Alfonso III en el 906: “In Dei nomine, Adafonsus pro Christi nutu atque potentia Hispaniae rex” , tan distinta en forma y contenido del usual “regnante in Asturias” intitulación la del rey Magno que deja entrever los rasgos todavía algo difusos de una nueva concepción política que recaerá, a su muerte, en los monarcas leoneses: sus herederos.